sábado, 27 de marzo de 2010

Testimonio al paso: dos días y tres noche en La Habana

Hay cosas que uno se plantea hacer en la vida. La gente va y viene; son muy pocos los indispensables. Unos llegan y otros se van, como los días, pero hay cosas que uno definitivamente debe hacer antes de dejar el mundo. Cosas que trascienden, que van más allá de tener una mujer, unos cuantos hijos y encontrar un trabajo digno. Para un hombre de ideas, ir a Cuba debería ser algo fundamental. Enamorarse de una mujer quizá no, pero de un país entero claro que sí. Enamorarse de su pueblo, de su cultura y de su historia. De sus costumbres, de sus calles, de sus mujeres, del malecón al atardecer, de los mojitos en los bares y de la alegría de vivir. Lo que era un amor platónico para mí se concretó en un par de días. Todo mi amor y mi respeto hoy es para el pueblo cubano. Y mi brindis, por Fidel.

Claro que si de amor de trata, yo no soy el más indicado para dar testimonios. De brindis, por supuesto, en cualquier caso. Pero de amor, no. Me dedico a una vida desordenada, de amores cortos; poco romance y mucho movimiento. Busco paz y estabilidad, pero jamás la encuentro. Todo es momentáneo. Todo dura poco. Todo nace, se pudre y se muere. Hoy podría decir que estoy enamorado, que engaño a Cuba con una mujer, y que he engañado a esa mujer con otras mujeres, como he engañado a otras mujeres más. De mujeres me carga hablar, porque casi nunca opinan lo mismo que yo. Prefiero limitarme a decir que el amor es un juego de máscaras, de demonios vestidos de ángeles y de ángeles heréticos, donde la ternura y la pasión luchan por concordar en algo. Mujeres juegan a ser malas, hombres juegan a ser peores, y siempre hay uno que sale malherido. Lo demás es pura literatura y mitología. Esto a algunas les gusta y a otras no tanto. A las primeras, mis más sinceras bendiciones, y al resto, hay varios giles por ahí aburridos, sin gracia y sin una mierda en la cabeza. Allá ustedes.

En cuanto a ideas, creo que son la gran carencia de las ciudades modernas. En Cuba se vive con poco y se entrega mucho. En los demás países capitalistas se vive con mucho, pero se entrega poco. Los insípidos europeos vienen a nuestros países y se van maravillados, incapaces de comprender tanta amabilidad, tanta hospitalidad. De ahí nace la pregunta: ¿qué es mejor? ¿mucho dinero, poder y progreso material, o un país humilde, predicador de justicia, donde todos se alegran de vivir y compartir, y el que muere de hambre es porque así lo quiso? En Cuba todos tienen derecho a trabajar. Los vagabundos aquí son por vocación: reales trotamundos que realmente no quieren hacer otra cosa que andar y vivir sin trabajarle un peso a nadie. Y claro, todos son personajes insignes de la ciudad. Cada uno tiene una historia distinta qué contar, y esa historia se va mezclando criollamente con la gran historia de Cuba, que es posible encontrar en cualquier calle de La Habana Vieja. Cuba es un mosaico de historias, y cada cubano cumple un rol en ella. Es un cuento con un final amargo, pero de lectura cálidad y amena. Es una primavera donde suele nevar, y un invierno donde siempre sale el sol. Metafóricamente, claro está, ya que el calor humano y climático aquí es permanente.

Para mí, Cuba ha sido la mezcla de todo lo anterior y mucho más. Una mujer con ideas que enamora a los intelectuales, que bromea con todos y que deja atónito a cualquiera. Es un país hecho de sueños nobles construidos a la medida de las circunstancias. Es una nación que ha luchado a través de toda su historia contra la injusticia, la ignorancia y el olvido. Es un pueblo fuerte. Es la Isla de Fidel y sus secuaces. Es la pesadilla eterna de los gringos y cualquier persona cegada por la ambición. Por eso me nacen las ganas de escribir algo así, algo que deje constancia del amor que se puede llegar a tener por un país y su pueblo. Me dan ganas de tomar ron y hacer versos. Me dan ganas de quedarme. Me dan ganas de gritar: "¡Piñera y la conchetumadre, me cago en tu gobierno culiao y en todo tu gabinete! ¡Qué viva la Revolución!". Pero Fidel envejece y sus ideas con él, y los únicos autorizados a emitir un grito así son los propios cubanos. Nosotros sólo somos sus fieles espectadores.


23 de febrero del 2010
La Habana, Cuba

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